Mad Max, pescados, música y un acordeón

Postales de un viaje breve

Julián González
9 min readOct 17, 2019

Escena 3. 2:20:39’’ pm

Juanchaco, Buenaventura. Dos jóvenes argentinas interpretan música del pacífico y piden dinero a los turistas apostados a la entrada del muelle de embarque. Septiembre de 2019. Fotografía, Julián González.
Dos jóvenes turistas argentinas interpretan música y obtienen algo de dinero de los espectadores. Juanchaco, Buenaventura, 29 de septiembre de 2019. Fotografía Julián González.

En su instrumento musical -un cuatro-, tiene una calcomanía con una advertencia: no soy tu mamacita. Luce un corte punk, rapado, coronado por dos moñas coquetas e infantiles de cabello oscuro y lacio. Un arete redondo y pequeño en la oreja izquierda, y un aro grande en la derecha. Debajo de la camiseta se entreven las tiras de su traje de baño rojo. Se balancea mientras canta Mi Buenaventura. Ella es rechoncha y bajita, de voz aniñada y dulce, un decidido contraste con los detalles masculinizantes de su apariencia: botas de caña alta y guerreras, de las que no vacilarían en patear güevas si es necesario, y las piernas desnudas de quien, más que exhibirlas para seducir, reafirman su determinación para caminar desde la Patagonia hasta el mismísimo fin del mundo si es necesario. Viste falda corta de diablofuerte, tiene algunos tatuajes en los brazos y en la espalda.

Y es que ella y su amiga vienen de lejos. No exactamente de la Patagonia, pero si de la patria que la contiene: Argentina. ¿Cuánto tiempo llevan en Juanchaco? Lo suficiente como para que algunas partes de sus pieles luzcan acarameladas y otras acamaronadas. Rojas. Incendiadas.

La otra mujer, larguricha y escuálida interpreta el acordeón. Se mueve al ritmo de Mi Buenaventura pero con cadencia tanguera, no con los estertores y movimientos explosivos de los salseros. Están en esas, cantando en argentino música del litoral, cuando un hombre negro entrado en años ingresa espontáneamente en la escena y empieza a bailar entremezclando pasos de salsa con algo de danzón y bolero.

Es domingo 29 de septiembre, 2:20 pm y estamos a punto de embarcarnos de regreso a Buenaventura tras permanecer tres días en Juanchaco y Ladrilleros viendo, entre otras, a las extraordinarias yubartas que, como las jóvenes argentinas, vienen al pacífico cálido tras una larga travesía desde el gélido sur del continente. 10 mil kilómetros, las ballenas; 5 mil, las jovencitas.

Obtienen algo de dinero y muchos aplausos de los espectadores. Más aplausos que dinero, a decir verdad.

Escena 1. 2:02:01’’ pm

18 minutos atrás, estuve tentado de hacerme a unos 25 kilos de pescados frescos: 12 pargos rojos de mediano tamaño, un pez aguja pequeño y otro de metro y medio de largo. El vendedor, un hombre mulato, vientre grande y robusto, treinta años, hablantinoso, me los ofrecía por $200.000 (60 dólares), debidamente embalados y empaquetados en frío para que soportaran el viaje hasta Cali sin echarse a perder.

Peces frescos y una balanza en una venta ambulante. Juanchaco, 29 de septiembre de 2019. Fotografía: Julián González.
Vendedor exhibe pez aguja. 29 de septiembre de 2019. Fotografía Julián González.
Orgullosa exhibición del pez aguja. 29 de septiembre de 2019. Fotografía Julián González.

La oferta era muy buena. En Cali, en cualquier pescadería un kilogramo de pargo no baja de 20 mil pesos. No conseguiría 25 kilos de buen pescado, en Cali, por menos de 600 mil pesos (200 dólares).

Pargo en oferta, Almacenes Jumbo Cencosud, Cali: casi 30 mil pesos el kilogramo.

¿Y por qué no (comprarlo)?, pensé ante el remolino de tentaciones envolventes que me agujereaban el corazón, el estómago y el bolsillo. ¿Y por qué no? No seas bobo: ¿por qué no?

¿Y por qué no?, pensaron los pretendientes de Penélope antes de caer abatidos por Odiseo a su regreso de Troya. ¿Y por qué no?, se pregunta el cándido apostador antes de descubrir que lo han timado. ¿Y por qué no?, dice la niña mientras se embolsa decenas de dulces que le revolcarán el estómago. ¿Y por qué no?, se dijo Ícaro alzándose hacia el cielo.

Sí, pero esos son los ¿yporquéno? de destino trágico, pero hay ¿yporquéno? propicios que terminan en tórridas aventuras amorosas, en invenciones poderosas, en revoluciones, en viajes a Marte, en danza de pavorreales o en borracheras legendarias.

Sin embargo, la mayoría de los ¿yporquéno? son triviales, no hacen historia ni tuercen dramáticamente el destino de nadie. Y ese es el problema: son los más insidiosos porque, justamente, lo que está en juego no parece significativo ni entraña riesgos.

¿Y por qué no?

Pasado un mes desde entonces sigo preguntándome ¿y por qué no? ¿Por qué no compré ese pez aguja lustroso?

El aguja es quizás el más sabroso pez del litoral Pacífico. Su carne firme, suave y jugosa vale la pena, y cuando terminas de comerlo te obsequia su último homenaje: sus espinas verde jade como joyas. Hay algo fiero en esta maquinita de engullir crustáceos, peces pequeños y krill. El aguja se desliza como una lanza sutil a 100 metros por minuto y en sus estampidas ha herido o matado a decenas de personas en todo el mundo. Wolfram Reiners, alemán, apenas pudo sobrevivir a las heridas que un pez aguja le propinó en los pies mientras nadaba en las islas Seychelles, en 2012. Un niño hawaiano de 10 años murió cuando uno saltó fuera del agua y le ensartó el ojo y el cerebro, en 1977, en la Bahía de Hanamaly. En 2014, un turista ruso quedó paralítico para siempre luego de que un pez aguja lo mordiera en el cuello afectando su médula espinal. Y en 2013, en Arabia Saudita falleció desangrado un joven al que un pez aguja le mordió el lado izquierdo del cuello. En 2007 un adolescente vietnamita falleció luego de que uno le atravesara el corazón.

Aunque con menos víctimas que el tiburón blanco, los pescadores les temen más que a los escuálidos. Hay una fiereza malvada en sus ojitos y en su mandíbula aserrada, y por mucho tiempo sus espinas verdosas disuadieron a cientos de comerlos. Pero alguna vez alguien -siglos atrás- se arriesgó, se preguntó ¿y por qué no? Y gracias a su gesto nos legó el placer de estas carnes blancas y delicadas trenzadas en un pez delgado como un sable. Dicen que los manjares marinos parecen mortales, peligrosos, asquerosos y venenosos hasta que nos atrevemos a descubrir sus jugos y el hechizo de sus sabores.

¿Y por qué no?

Todavía lamento no haberlos comprado.

Escena 2. 2:15:28¨pm

¡Qué le vamos a hacer! Al regresar a Cali, no habría pargos ni pez aguja ni delicias marinas en nuestra mesa. Ni una cocada. Pero a falta de delicias que comer, Juanchacho nos regaló un última delicia que ver. Unos minutos antes de partir, nos ofreció una poderosa secuencia visual: un Mad Max Tropical de lo más generoso. No una versión del coreográfico Mad Max de 2015, Furia del Camino ( Mad Max 4: Fury Road), con la hermosa Charlize Theron en el papel de Imperator Furiosa -la peligrosa y seductora adversaria cyborg del Immortal Joe; sino el Mad Max de 1981, Mad Max 2: The Road Warrior, dirigido por el perfeccionista y obsesivo George Miller -repitió en Furia del Camino- y protagonizado por Mel Gibson.

Fotograma Mad Max: Guerrero del Camino. 1981. Dir. George Miller.
Fotograma Mad Max: Guerrero del Camino. 1981. Dir. George Miller.
Fotograma Mad Max: Guerrero del Camino. 1981. Dir. George Miller.

Todo empezó con el rugido de un motor, capaz de alzarse por sobre los decibeles del mar, el viento, el bullucio de la gente conversando y los parlantes derramando vallenatos a todo volumen en Juanchaco.

Luego se fue abriendo paso una máquina contrahecha, conducida por un jovencito en sandalias. No portaba un atuendo guerrero, sino reguetonero. Fueron 30 segundos de alucinación audiovisual, como si George Miller hubiera abandonado la desértica Australia para entregarse con alma y cámara a una región en donde nunca falta el agua hecha lluvia, mar, sudor y ríos.

Tropi Mad Max 2019. Fotograma 1. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:28 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 2. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:30 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 3. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:31 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 4. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:32 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 5. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:35 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 6. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:37 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 7. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:38 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 8. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:42 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 9. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:49 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 10. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:57 pm. Julián González.
Tropi Mad Max 2019. Fotograma 11. Juanchaco, Buenaventura. Septiembre 29 de 2019. 2:15:58 pm. Julián González.

Un día antes

Armando Henao había nadado la noche anterior entre estrellas al sacudir el planctón que en la oscuridad del mar chispea cada vez que se lo golpea. Una galaxia lo rodeaba en el Pacífico, como si el planeta Pandora de Avatar -James Camerón, 2010- yaciera allí mismo, bajo las olas. Habíamos visto una bandada de centenares de aves alzar el vuelo en perfecta coordinación. Habíamos caminado dos horas hasta Playa Dorada en Juan de Dios, luego de trepar y descender por 6 colinas entre la selva. Habíamos visto a las ballenas jorobadas, esos torpedos milenarios, revolcándose en las aguas cálidas. Habíamos caminado hasta La Barra que, tras el Vuelco del Cangrejo de Oscar Ruiz Navia (2010), parece un set siempre abierto y siempre dispuesto, ofreciéndose a nuevos filmes, aguardando muchas fotos, esperando algunos caballetes, bastidores, pinceles y cualquier clase de máquinas, dispositivos y artilugios visuales. Habíamos nadado en La Sierpe y en las Marías (una cadena de piscinas naturales). Allí descubrí la que será mi nueva terapia: la llamaré floating (suena chic y vende. No hay problema, señora: su crisis de ansiedad puede superarse con 7 sesiones de floating). Consiste en disfrutar el placer de usar chalecos salvavidas y flotar y flotar y flotar en las aguas despreocupadamente y sin tener que esforzarse. Ingrávido. Liviano. Feliz.

Cientos de aves alzan vuelo desde el mar. Septiembre 28 de 2019. Ladrilleros. Fotografía Julián González.
Playa Amarilla, Juan de Dios. Septiembre 28 de 2019. Fotografía Julián González.

También durante esos tres días habíamos comido mucho, bien y sabroso. Habíamos conversado y chismoseado como debe ser. Nos habíamos reído de tonterías. Habíamos pronunciado sentencias y frases afiladas que pronto olvidaríamos. Y por supuesto, nos habíamos quejado pues no hay paseo completo sin dolores, raspones o tronchaduras.

Pero entre las 2:02:01’’ y las 2:20:39" pm del domingo 29 de septiembre de 2019 y en apenas 18 minutos, Juanchaco nos regaló este filmecito de 3 escenas y una lección: aquí, en el Litoral Pacífico colombiano todo el technicolor del mundo luce gris y pálido, avejentado; toda la High Definition y los 4K de las pantallas actuales parecen pixelados y ajados, y los célebres efectos especiales de Dennis Muren, una vulgar chambonada. Aquí se dan cita formas imposibles, mezclas desconcertantes, colores que abruman y luces fluorescentes que centellean en el cielo oscuro y el mar nocturno o al amanecer. Arena negra y arena de oro. Verdes sobre verdes y remolinos de plástico y basura. Cuerpos perfectos y casas y calles maltrechas. Y al final, el broche de oro: Mad Max resucita entre arenas grises y ríos salobres, y Mi Buenaventura suena a Piazzolla. ¿Qué más se puede pedir antes de partir?

Botellas con arenas de 6 playas distintas de la zona. En su orden, de izquierda a derecha: La Barra, Ladrilleros (arena magnética negra), Playa Dorada, Juanchaco, Juan de Dios y Ladrilleros (arena común). Muestras de la Colección de Arenas, Julián González.

A las 3:15 pm estamos zarandeándonos en la lancha bimotor con rumbo a Buenaventura. Nos miramos a los ojos entre divertidos y preocupados mientras la lancha salta algunos metros, entre ola y ola, cada 30 segundos. De repente se detiene en medio del mar y el conductor apaga los motores. Guarda silencio. No ofrece ninguna explicación a los pasajeros. Hay tensión. Casi angustia. Hay que esperar.

Y con resignación y en silencio ritual, esperamos.

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Julián González

Diseñador de juegos de mesa, comunicador social y educador. Puede descargar gratis Todo está tan raro en el siguiente link: https://bit.ly/3BiGjMB